Amigos, amigas, buenas tardes:
Antes de nada, daros las gracias a todos por vuestra presencia. Voy a dar las gracias también a los dinamizadores del Foro Altair, que han tenido a bien dejarnos este local para que podamos hacer con cierta comodidad esta presentación. También quiero dar las gracias a la Fundación “Ramiro Ledesma Ramos”, uno de los vectores impulsores de un proyecto que ya no es proyecto sino una realidad palpable.
Me refiero, cómo no, a las Obras Completas de Ramiro Ledesma Ramos, el revolucionario zamorano que nació en 1905, esto es, hace cien años, y murió asesinado a las afueras de Madrid el 29 de octubre de 1936. Estas Obras Completas constan de 4 volúmenes. El Volumen 1º consta de lo que se han denominado Escritos de juventud. De este volumen forman parte la novela El Sello de la Muerte; el ensayo El Quijote y nuestro tiempo, publicado en 1971, y que en esta última edición incluye los párrafos censurados en su día y que han sido felizmente recuperados; un cuento metafísico El vacío, y una crónica de viajes, El Lago Castañeda y sus alrededores. Incluye este volumen, además, tres cuentos y ensayos más, inéditos: El joven suicida, La hora romántica, e Ideas. El escepticismo y la vida. Todos ellos con una fuerte carga existencialista y una más que evidente influencia del más importante filósofo español del momento: Miguel de Unamuno.
El volumen 2º incluye la práctica totalidad de sus Escritos filosóficos. Esto es, sus escritos en La Gaceta Literaria, que incluye, por vez primera, todos los textos editados en el quincenal fundado y dirigido por Ernesto Giménez Caballero; los escritos en el mensual Revista de Occidente, fundado y dirigido por José Ortega y Gasset; así, como otros escritos en otras publicaciones.
Los volúmenes 3º y 4º recogen sus Escritos políticos. El volumen 3º, en concreto, compila sus escritos en el semanario La Conquista del Estado y en la revista mensual JONS. Mientras que el volumen 4º reúne sus ensayos Discurso a las juventudes de España y ¿Fascismo en España?. Artículos y declaraciones a publicaciones no nacionalsindicalistas como El Debate, La Nación, Acción Española, El Fascio, Informaciones, Heraldo de Madrid; artículos en publicaciones nacionalsindicalistas como Libertad, de Valladolid, y Patria Sindicalista, de Valencia, y artículos en las publicaciones dirigidas por él, como La Patria Libre, cuando ya se ha escindido de la Falange, y en su última iniciativa editorial, el semanario Nuestra Revolución, del cual sólo pudo salir un número habida cuenta que apareció una semana antes del estallido de la guerra civil, en julio de 1936. Cierra este volumen 4º la correspondencia de Ramiro Ledesma Ramos, de la que desgraciadamente poseemos escaso material.
Estos cuatro volúmenes se abren con unos párrafos de agradecimiento de la Fundación “Ramiro Ledesma Ramos”, una pequeña introducción de Cristina Keller Ledesma-Ramos, sobrina-nieta de Ramiro, y un estudio introductorio del historiador francés Gabriel Server, titulado Itinerario de un patriota revolucionario que, desde mi punto de vista, es de obligada lectura.
¿Cuál ha sido percepción de Ramiro Ledesma Ramos? No me considero una rara avis con respecto a mi generación. Por multitud de conversaciones he llegado a la conclusión de que esa percepción ha sido moneda común: lenta, intermitente y llena de dificultades. A mediados de los años sesenta vivía en Benicalap. Benicalap fue, como sabéis los que sobrepasáis, como yo, los cuarenta y tantos, una de aquellas pedanías que el desarrollismo franquista hizo trizas en aquella década. Pasó del arado tirado por percherones al seiscientos… sin revolución industrial de por medio. De las barracas al hacinamiento de bloques de pisos sin ascensor, sin alcantarillado y sin un metro cuadrado de equipamientos, como ahora se dice… No muy lejos andaba la avenida de Onésimo Redondo donde, con una caña larga y alguna pericia íbamos a recoger los alumnos de la entonces filial del Instituto “Luis Vives”, hojas de morera con las que alimentar a nuestros gusanos de seda. Hoy ya no hay moreras, ni pasa carro alguno, ni gusanos de seda forman parte del hit-parade de los entretenimientos de nuestros chicos, entre otras cosas por que ahora andan pertrechados con game-boy y otras maravillas de la técnica… Más allá de Onésimo Redondo había una avenida rotulada con el nombre de Ramiro Ledesma Ramos. Ambas partían — hoy con otra rotulación — del barrio de Torrefiel. No muy lejos de donde vivía estaba el grupo de viviendas “Ramiro Ledesma Ramos”, enfrente del hoy parque de Benicalap, grupo rebautizado hace años como “Santa Rosa de Lima”. Esta es, con toda seguridad, la primera vez que a mis oídos llega el nombre de Ramiro Ledesma Ramos.
¿Y en colegio? ¿Y el instituto? Nada de nada. En el Colegio Salvador Tuset, no. En la filial núm. 1 del Instituto “Luis Vives”, hoy llamado colegio de “San Roque”, tampoco. En lo que entonces se llamaba Formación del Espíritu Nacional no había una sola línea en los libros de texto y, si la había, no la recuerdo. En cualquier caso, de los labios de mis profesores jamás oí el nombre de Ramiro Ledesma Ramos. Sí oí mencionar alguna vez el nombre de José Antonio Primo de Rivera, muy pocas. Y Franco Bahamonde, más. Pero no os vayáis a creer que en exceso. Si aquella era una escuela franquista, la verdad es que no funcionaba como factoría de adictos al Régimen, ni los profesores de política como comisarios políticos. No dudo que fuese así en las décadas cuarenta y cincuenta, pero no en aquellos años.
Las cosas no fueron mejor en la OJE. En la OJE uno no militaba sino que aquello servía, fundamentalmente, para pasárselo bien. Yo diría incluso que muy bien. Se hacían amigos y se desarrollaban actividades recreativas y de aire libre que no se podían hacer en otro sitio y en un ambiente sanísimo… Ni en la parroquia ni en los Boys Scouts podían hacerse actividades que se hacían en la OJE, no como consecuencia de prohibiciones y represiones, sino como consecuencia de una superior pericia, estoy convencido, de los mandos de la Organización Juvenil Española. El grado de politización de la OJE no era, sin embargo, excesivamente mayor que el que había en la escuela. El azul mahón de nuestras camisillas no debió ni debe engañar a nadie… Y hasta podría aseguraros que mucha menos politización que en los Juniors, asociación ligada en aquellos años a una Iglesia católica en estado efervescente.
La OJE, en cualquier caso, no era el Frente de Juventudes, ni siquiera su pálido reflejo. Franco había laminado años atrás el Frente de Juventudes y se había sacado de la manga la OJE. El Frente de Juventudes se había convertido, como todo el mundo sabe, en un nido de opositores el Régimen y de todos es sabido que a Franco no les gustaban los opositores: ni malos ni buenos. La OJE era algo descafeinado, una sombra de lo que había sido el Frente de Juventudes. En la OJE oí hablar, por supuesto, de José Antonio, pero no de Ramiro Ledesma Ramos.
Entre los mandos de la organización si no se hablaba mal de Franco, tampoco se hablaba bien. Se utilizaba mucho un doble y curiosísimo lenguaje. Sin embargo, Franco seguía siendo, como decía la vieja canción, el “único capitán” y el “ausente”… pues eso, ausente. Pero, eso sí, sin pistas sobre el tal Ramiro Ledesma Ramos, como no fuera la alusión nominal de alguna escuadra: ya sabéis, “Amanecer”, “2 de mayo”, “Julio Ruiz de Alda”, “Ramiro Ledesma”… Pero ni una sola lección. Yo, al menos, no la recuerdo y eso que mi memoria, repito, no es mala.
La primera vez que oigo hablar largo y extenso de Ramiro Ledesma Ramos fue en Zaragoza. En 1976. El ambiente universitario, como el del resto del país, estaba bastante alterado… Estaban pasando muchas cosas en muy poco tiempo. Había mucho gurú suelto y un buen fardo de recetarios para lo uno, lo otro y lo de más allá. Había organizaciones de carácter extremista para todos los paladares. Recuerdo charlas interminables frente a unas jarras de cerveza recalentada con gente de un grupo denominado “Larga Marcha hacia la Revolución Socialista”. Eran maoístas. La mayoría eran estudiantes vascos. “Larga Marcha” luego pasó a denominarse Partido Comunista de Unificación. Recuerdo todo aquel lío como un divertimento. Era muy gracioso oír al hijo de un afamado médico o de un notable abogado hablar sobre la lucha de clases y anatemas contra los “carrillistas interclasistas”… Un guiñol, creedme. O mejor aún, un carnaval. En aquellos años mucha gente quiso ser quien no era ni podía ser, al tiempo que tomaban el pulso del país como si nada hubiera ocurrido a lo largo de cuatro décadas. Esa enfermedad, no os vayáis a creer, no era exclusiva de la extrema izquierda.
En la primavera de aquel año de 1976, entro en contacto con el Círculo Doctrinal “José Antonio” de Zaragoza que dirigía el inolvidable Luis Laguna… Un maño cien por cien. Un sindicalista con callos en las manos, especie probablemente extinguida a estas alturas. ¿Por qué simpatizo con aquella gente? Digamos que aquel Círculo era bastante atípico y, dicho sea de paso, de lo más digerible. Muchos de sus miembros incluso tenían doble militancia en la Falange auténtica y alguno llegó a aterrizar en el Partido del Trrabajo, de extrema izquierda. No me afilié, pero estuve, por decisión de Laguna, en la delegación que acudió al llamado “Congreso de la Unidad” que se celebró en el Palacio de Congresos de Madrid, el congreso que presidió David Jato Miranda y que, lamentablemente, quedó en agua de borrajas por impericia de los dirigentes de los Círculos.
Fue en este ambiente cuando cayó en mis manos un excelente facsímil de La Conquista del Estado, editado en 1974 por el Círculo “José Antonio” de Barcelona. Creo que fue lo mejor que me pudo ocurrir. Allí estaba Ramiro Ledesma Ramos químicamente puro, sin conservantes ni colorantes. Sin hagiografías, sin trampas ni cartones.
Su lectura detenida y no pocas conversaciones me abrieron el camino y me desveló algo que no había tenido tiempo de captar a las primeras de cambio, como era el hecho de que en el mundillo azul había una suerte de cara oculta. Era un hecho evidente que, entre falangistas auténticos y falangistas vendidos — que era como entonces se decía —, entre joseantonianos puros y joseantonianos con mácula, podían ponerse a caer de un burro, pero había un curioso punto de encuentro: nombrar a Ramiro Ledesma Ramos era mentar poco menos que a la bicha. Esto, por supuesto, ha perdurado con el tiempo y, por las referencias que tengo y los relatos que me han llegado, esto fue así durante todo el franquismo.
Por conversaciones sé que quienes hemos tratado de acceder a la obra de Ramiro nuestra tarea ha tenido ribetes casi casi detectivescos. Hablo, por supuesto, de interminables visitas a decenas y decenas de librerías de lance y rastros de Valencia, Barcelona y Madrid. Búsqueda permanente en las desaparecidas distribuidoras Sarmata, de Barcelona, o Aztlán, de Madrid. En Aztlán pude encontrar El Quijote y nuestro tiempo, la primera y única edición — tijereteada, como ya os he dicho — de Vassallo de Mumbert. Encontrar un libro de o sobre Ramiro era lo más parecido a encontrar una aguja en un pajar y cuando se encontraba un motivo de gozo, acompañado siempre de llamadas telefónicas y ríos de fotocopias. Siempre fotocopias. ¿Hubiese sido posible recuperar a Ramiro Ledesma Ramos sin el auxilio de las fotocopiadoras?
Voy a contar dos pequeñas anécdotas creo que bastante significativas y, hasta podría decir, que paradigmáticas. Recuerdo en 1985, cuando, necesitado de guardar unos cachivaches en determinado Ayuntamiento de la provincia de Valencia — permitidme que me ahorre su nombre —, me ofrecieron una gran habitación en el último piso del inmueble. Subí. Accioné el interruptor, pero no había luz. Tras abrir una ventana pude ver un espectáculo estremecedor que chirriaba a mi sensibilidad, aquejado como estoy desde mi adolescencia de bibliofilia: cientos de libros arrojados al suelo, completamente desordenados y cubiertos por una nada desdeñable capa de polvo. Y entre ellos, una edición de Escritos filosóficos, de 1941. Sin duda, se trataba de la biblioteca local del Movimiento y aquel espectáculo no era sino el resto de una minicaída de los dioses. ¿Robo? No tuve, os lo prometo, la sensación de arrebatarle algo a alguien, sino la de rescatar a un huérfano de las dentelladas de la desidia y puede que hasta de algún roedor. Ese libro, que durante años me acompañó, figura hoy en la — dicen — impresionante biblioteca personal del politólogo francés Alain de Benoist, a quien tuve la oportunidad de estrechar la mano hace unos años en Madrid.
Nunca he sido fetichista. No me he aferrado a nada y a nadie. Es más, ahora que he tenido la oportunidad de conseguir las Obras Completas patrocinadas por la Fundación, me he desecho de casi todo lo que tenía.
En cuanto a la segunda anécdota, fue escasos días después de haberme casado. En agosto de 1993 me fui de viaje de novios a Sante Foy-Le-Grande, localidad no muy lejana a Bergerac, en Francia, y allí, en un mercadillo sabatino, entablé una conversación con un tipo que hablaba bastante mejor que muchos compatriotas nuestro idioma — “mi abuela nació en Murcia”, me dijo —, y en su tenderete de libros de lance estaba la biografía de Ramiro Ledesma Ramos de Sánchez Diana al lado de otros de tinte anarquista, de Federica Montseny, y cosas de García Lorca, de Miguel Hernández, García Márquez… Lo compré, por supuesto. Siempre me he preguntado cómo llegaría hasta allí, qué tumbos daría antes y después de cruzar los Pirineos…
Todo el ramirismo o el jonsismo se destila, pues, de la lectura de la obra escrita de Ramiro Ledesma Ramos y otros autores cercanos a él, como Montero Díaz o Emiliano Aguado. De los jonsistas valencianos sé muy muy poca cosa y, lo poco que sé, de oídas. Me presentaron hace un buen puñado de años a Maximiliano Lloret, quien había sido el hombre fuerte de Ledesma Ramos acá, en Valencia. Lloret fue el fundador del efímero semanario jonsista Patria Sindicalista… Una posterior entrevista —la primera se limitó a un simple estrecharnos las manos— no fue posible. Murió.
Los viejos falangistas, cuando hablaban de los jonsistas, se limitaban a decir que la fusión entre éstos y aquéllos “nunca funcionó bien”, con un retintín que sonaba, en realidad, a un “fue imposible”… ¿Llegó a haber escisión en Valencia en 1934 como en Madrid o como en Barcelona con el Partido Español Nacional-Sindicalista? ¿Quién siguió a Ramiro Ledesma Ramos en Valencia? No lo sé. No conozco a nadie que pueda saberlo y, lo más seguro, es que ya sea tarde. Sabíamos y sabemos, eso sí, que la cafetería “Madrid”, entonces llamada “Berlín”, había sido un lugar de encuentro para los jonsistas valencianos. Recuerdo también en la calle del Mar, una pequeña placa metálica con el imperio solar y la garra hispánica, el símbolo del grupo de La Conquista del Estado. Ya no está, se la llevó por delante un incendio, pero si no hubiese sido un incendio hubiese sido la piqueta. La avenida Ramiro Ledesma es hoy de la Constitución y la de Onésimo Redondo es Peset Aleixandre. De las capitales españolas, hasta donde yo llego, sólo Alicante y Segovia conservan el nombre de Ramiro Ledesma Ramos en sus callejeros.
Salvo a Lloret no he conocido a ningún otro jonsista. Durante la transición, allá por 1976 y 1977, en Valencia, existió un efímero grupo que unas veces operaba con el nombre de Juventudes Obreras Nacional-Sindicalistas y otras como Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista. Posteriormente, un Frente Sindicalista de la Juventud también hizo suyo el legado ideológico ramirista aunque con ramalazos nacional-revolucionarios. Hubo unas JANS en Madrid e incluso llegó a legalizarse un partido con la denominación de Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista en Barcelona. En cualquier caso, los epígonos de Ledesma Ramos, no tuvieron suerte ni en Valencia ni en el resto de España. Salvo en núcleos reducidísimos el nombre de Ramiro Ledesma Ramos carece de la más mínima resonancia. Es muy difícil encontrar a alguien que sepa quién fue Ramiro Ledesma Ramos. Dicho con otras palabras: Ramiro Ledesma Ramos no fue profeta en su tierra.
Y sin embargo, Ramiro Ledesma Ramos fue el fundador de una ideología que, al menos teoría, informó durante casi cuatro décadas la doctrina de un Régimen político, sino totalitario, si con una oposición política reducida a su más mínima expresión. Ramiro Ledesma Ramos es un desconocido. Y cuando su nombre ha sonado o suena no es precisamente para lanzar las campanas al vuelo. Casi siempre los típicos y tópicos artículos sobre el “corajudo sayagués”, alrededor siempre del 29 de octubre, fecha de su asesinato. Comentarios trufados, sin excepción, de los archisabidos lugares comunes. Para mí, que unos están copiados de otros. Parecen entradas de enciclopedias de saldo.
Parasema, de Asturias, editó algo de Montero Díaz. Y Barbarroja el libro de Cuadrado Costa. Hasta donde sé, la Plataforma 2003 no ha publicado nada de Ramiro Ledesma Ramos. Durante los años ochenta, fue su hermana Trinidad la que, con la reedición de parte de su obra, alimentó la parca bibliografía que teníamos del fundador del nacional-sindicalismo revolucionario. Desgraciadamente, la única conclusión a la que he podido llegar es que a Ramiro Ledesma Ramos o se le desconoce o si se le conoce, salvo excepciones, se le odia. No sé si consciente o inconscientemente, se percibe a Ramiro Ledesma Ramos como esa anomalía que convenía y conviene ocultar no se sabe muy bien con qué objetivo. Y cuando se saca el cadáver del armario es para darle una buena zurra o para tratar de manipularlo. O las dos cosas a la vez. Particularmente sectaria, por no decir esquizofrénica, ha sido, durante décadas, la actitud de determinados sectores neofalangistas con respecto a Ramiro Ledesma Ramos. Lo de esa gente ha sido y es a todas luces rayano en la paranoia.
El motivo de esa fobia habría que buscarlo, a mi juicio, en dos razones.
La primera razón, la tenemos en el carácter ultramontano de algunos sectores del neofalangismo, para quienes Ramiro Ledesma Ramos sería anticatólico y, en consecuencia, antifalangista. La segunda de las razones descansa, bajo mi punto de vista, en una nada disimulada incapacidad para el análisis histórico y político del porqué se produce la escisión de Ramiro Ledesma Ramos en enero 1935 o, si se prefiere, en la asunción acrítica y dogmática de los argumentos de Primo de Rivera al respecto. Nunca ha habido, hasta la aparición del libro de José Cuadrado Costa, un análisis riguroso sobre las razones de la separación de Ramiro Ledesma Ramos de la Falange. Incluso falangistas bienintencionados — caso de Antonio Gibello —, pasan de puntillas sobre el incidente. Igualmente hostiles a la figura de Ramiro Ledesma Ramos hay algunos autores neofalangistas actuales que, con mayor solidez argumental, pero huyendo — como no podía ser de otra manera — de los acontecimientos históricos stricto sensu, cargan las tintas sobre lo que podríamos llamar un plano ideológico que no es sino un plano religioso, católico por más señas: el presunto irracionalismo romántico de Ledesma Ramos frente al presunto clasicismo de José Antonio Primo de Rivera. Si Cuadrado no le hubiera hablado de “romanticismo de acero” y el bueno de José Luis Jerez Riesco de “revolucionario místico”, probablemente los antirramiristas se hubieran quedado sin argumentos… Se han agarrado y se agarran aún a los rótulos como a un madero en un naufragio porque, insisto, nunca les ha interesado el análisis y el debate, sino la fotografía fija del dogma.
Mientras tanto, la tozudez de los hechos demuestra que, mientras Primo de Rivera se entrega los últimos meses de su vida política — asumiendo, por cierto, de pleno la urdimbre ideológica y hasta el lenguaje ramirista —, una nada disimulada estrategia golpista, fundamentalmente a partir de junio de 1935, Ramiro Ledesma Ramos cree todavía en la posibilidad de enderezar el rumbo de la República a partir de fuerzas de izquierda aún incontaminadas. Las muertes violentas de tanto de Primo de Rivera como de Ramiro Ledesma Ramos, tendrían que haber enfriado los ánimos, pero no ha sido así. Y no sigue siendo así, en 2005, a cien años del nacimiento del fundador de las JONS. La escasa bibliografía sobre historia del falangismo evacuada por falangistas no hace otra cosa que seguir las pautas marcadas por Francisco Bravo Martínez en su Historia de Falange Española de las JONS, publicado recién acabada la guerra civil, en 1940.
Este libro de Bravo Martínez es particularmente esperpéntico, por no decir borde y desvergonzado, al menos en este pasaje. Cuando Bravo Martínez se adentra en lo que denomina “liquidación de una crisis interna”, Bravo Martínez califica de “envidioso”, “mediocre”, “egolátrico” y “carente de decoro” a Ramiro Ledesma Ramos. Y eso que Bravo Martínez, a diferencia de Ximénez de Sandoval — otro reconocido antirramirista —, procedía de las antiguas JONS y había sido amigo personal de Ramiro Ledesma Ramos.
Pero Ramiro Ledesma Ramos no ha sido el único objetivo. Otro caso, también paradigmático, fue el de Montero Díaz. Veamos un ejemplo. Carlos Herrero publicó en el rotativo El Pueblo Gallego, en noviembre de 1938, un largo artículo titulado Notas para la historia de la Falange Gallega. De cuando Galicia comenzó a cumplir las consignas de José Antonio. Este trabajo será reproducido un año después en el volumen Dolor y memoria de España en el II Aniversario de la muerte de José Antonio. Su autor, en un abracadabrante encaje de bolillos, nombra en sólo dos ocasiones, y de pasada, a Montero Díaz. Y una sola a Ramiro Ledesma Ramos. Si seguimos la paginación del libro, nos encontramos con la siguiente sorpresa: en la página 263 aparece el epífrage “Se organizan las primeras J.O.N.S.”; pues bien, setenta y seis líneas después, y eso que estamos hablando de un cuerpo de letra nueve, ya hacia el final de la página 265, nos encontramos por primera vez con el nombre de Santiago Montero Díaz para decir escuetamente: “…Santiago Montero Díaz y José María Castroviejo, el primero hasta hace poco en zona roja, pero de la que pudo huir, laboran [en Santiago de Compostela] para editar un semanario jonsista de propaganda antiestatutista…”; y, cinco líneas más, ya en el siguiente párrafo, añade Herrero: “Montero Díaz se hace cargo del grupo jonsista hasta febrero de 1934, en que abandona su actividad, siendo nombrado para sustituirle Eduardo Paz…”. Estamos ya en la página 266. ¿Puede extrañar a alguien que Montero Díaz acabara enrolándose en la oposición antifranquista? A mí, desde luego, no.
A toda esta porquería no escapan ni siquiera autores ponderados como Adolfo Muñoz Alonso. En su voluminoso ensayo Un pensador para un pueblo, Muñoz Alonso habla de la “violencia como arma política” de Ramiro Ledesma Ramos metiéndola en el mismo saco que la violencia “absoluta nietzscheana”, la “instrumental” de Engels y la “neurótica” de Fanon. Sin comentarios. Pero hay una segunda deriva de todo esto. No sólo se trata de tergiversar los hechos, sino que, al mismo tiempo, forzados probablemente por algún sentimiento de culpa, algunos autores abren una escotilla a la esperanza por aquello del qué dirán… Al fin y al cabo, todo pecador tiene derecho a redimirse, aunque sea a última hora, como sucedió en el monte del Calvario con el buen ladrón. ¡Muy cristiano! De ahí la astracanada de lo que yo llamo la vuelta a la casa del padre del hijo pródigo o, lo que es lo mismo, el invento por parte de no pocos autores y divulgadores de la especie del reingreso de Ramiro Ledesma Ramos a la Falange, en 1936, en la que incluso llega a picar Hedilla Larrey en sus memorias o, más abracadabrante aún, las manifestaciones apócrifas que hablan de conversión de la oveja descarriada cuando la oveja descarriada está en la cárcel.
¿Y los autores jonsistas, quienes a diferencia de Bravo Martínez guardaron la llama de la memoria ramirista?
No voy a decir que tres cuarto de lo mismo, pero casi.
Me vale, para ello, un ejemplo, que es la mejor manera de ilustrar una afirmación. En 1953 Guillén Salaya publica un libro de memorias de aquellos años de plomo titulado Los que nacimos con el siglo. Pues bien, el relato concluye en uno de sus capítulos justo el 4 de marzo de 1934, con una breve crónica del mítin celebrado en el teatro Calderón de Valladolid por Falange Española de las JONS en el que, por cierto, intervino como orador Ramiro Ledesma Ramos. El siguiente capítulo empieza comenzada ya la guerra civil y con su autor preso en Gijón. Curiosas memorias esas que nos hurtan de que ocurrió durante nueve meses de 1934, todo el año 1935 y medio año de 1936. Parece bastante evidente que Guillén Salaya o no quería o no podía meterse en camisas de once varas…
Aparte de las estimulantes ediciones de Trinidad Ledesma hay un libro que, para mi, constituye un antes y un después. Me refiero al libro de José Cuadrado Costa Ramiro Ledesma Ramos, un romanticismo de acero.
En este libro tuve una participación directa. Lo maqueté, con no pocos errores, lo imprimí y lo encuaderné personalmente. Fue en 1990. Llevaba un prólogo magnífico del profesor Carlos Caballero Jurado que nunca me cansaré de releer y un estudio preliminar, firmado con el pseudónimo R.S. Quintanilla, que no era otra cosa que la versión en castellano de un artículo que Marco Tarchi me publicó en abril de 1989 en su mensual Diorama Letterario.
Yo creo que Miguel Ángel Vázquez, su editor, se la jugó con este libro y tengo la sospecha que le han pasado factura con un trato frío, por parte de no pocos sectores falangistas, que Babarroja nunca se ha merecido, entre otras cosas porque la tarea editorial de Vázquez ha sido, se quiera o no reconocer, de quitarse el sombrero. Se trata, básicamente, de tres artículos del malogrado José Cuadrado Costa publicados por las revistas Año Cero y Revisión, cuya virtud fundamental consistía en decir en voz alta lo que todos pensábamos pero ninguno había tenido arrestos para poner en negro sobre blanco. ¿Pereza?
Ramiro Ledesma Ramos, un romaticismo de acero, de José Cuadrado Costa, hizo reflexionar y, sobre todo, enganchó. En síntesis, Cuadrado Costa afirmaba, particularmente en el tercero de los capítulos, que Ledesma Ramos no se había equivocado en su análisis sobre la situación política española, sobre una salida nacional-revolucionaria sustentada en una amplia base social — que para Ledesma Ramos, como para los trostkistas Nin y Maurín — pasaba por atraer a los Sindicatos Únicos o Confederación Nacional del Trabajo, y de que el falangismo representaba una línea falsa, una vía muerta, derechista y sumisa a las clases aristocráticas — nobiliarias y pecuniarias — como los acontecimientos se encargarán de demostrar antes y después de la fatídica fecha de 17 de abril 1937.
Ramiro Ledesma Ramos, un romaticismo de acero no pasó desapercibido. Fue, me consta, muy bien recibido y parece obvio que el sustrato ramirista de hogaño le debe mucho a este librito de apenas 112 páginas. Estaba muy buscado. De hecho, fue reeditado ocho años después. Ramiro Ledesma Ramos estaba convencido de que las tácticas falangistas de agitación y propaganda eran absolutamente erróneas. Para Ledesma Ramos, al igual que para Maurín, Andreu Nin o el mismo Trotski, era absolutamente imprescindible que la revolución española contase con un sustrato social amplísimo, sustrato social amplísimo que no era otro que las masas radicalizadas de la CNT. Cuando la CNT cae en manos de la FAI, en 1931, en el Congreso del Teatro María Guerrero, todo esto se viene abajo.
Recuerdo un artículo del anarcosindicalista Adolfo Bueso, en la revista Historia y Vida, en el que relata el trago amargo que supuso la celebración de un congreso delirante que concluyó con el triunfo de la FAI. Pues bien, Bueso relataba como él y algunos compañeros más vieron sentado en el bordillo de la acera a Ángel Pestaña, uno de los líderes más carismáticos de la CNT, llorando. Para la estrategia de Ramiro este giro fue absolutamente negativo y pernicioso. ¿Fue ésta la razón por la que Ramiro Ledesma Ramos cambia de estrategia y dirige su mirada en busca de alianzas hacia el Movimiento Español Sindicalista, más tarde llamado Falange Española? A mí me parece que no hay discusión al respecto. De hecho, cuando se escinde de la Falange, a primeros de 1935, vuelve a retomar su discurso de mano tendida, entre otros, a los líderes disidentes del comunismo moscovita y al propio Ángel Pestaña, el líder del Partido Sindicalista. El nudo gordiano del discurso ramirista no tiene misterios. José María Sánchez Diana, aunque sucintamente, lo deja claro en su biografía. Se trataba de llevar al proletariado urbano al campo de la revolución nacional, pero no por aplastamiento, sino por convencimiento.
Los dirigentes falangistas, desoyendo a Ramiro Ledesma Ramos, habían convertido el partido — o movimiento o como quiera llamársele — en un grupúsculo de y para la defensa de las clases medias. Ramiro Ledesma Ramos, por contra, consideraba que era un gravísimo error estratégico no ir a las masas de las grandes ciudades y, posteriormente, cuando ya se ha producido la escisión y fundamentalmente desde las páginas del semanario La Patria libre, propugna abiertamente lo que él llamaba una revolución “de todo el pueblo”, término que, prácticamente con el mismo significado, también encontraremos en el discurso de los hermanos Gregor y Otto Strasser.
Termino ya.
La imagen hosca — dibujada las más de las veces por sus enemigos — que nos ha llegado de Ramiro, lejos de ser contraproducente, ha servido para que hoy podamos hacernos una idea bastante real del perfil del personaje. Ledesma no fue ni un héroe ni un arcángel. Tanto mejor. Para héroes ya tenemos a Hollywood y para arcángeles ya tenemos al Vaticano.
Ramiro Ledesma Ramos no fue un “adelantado a su tiempo” como, por otra parte, se dice con no poca ligereza. Fue una persona que vivió, captó e interpretó su época. Repito: su época. Fue hijo del tiempo que le tocó vivir. Eso, lejos de empequeñecerlo, lo engrandece. Afortunadamente, el discurso ramirista, al ser inmediato, sin concesiones a la demagogia, huérfano de retóricas parnasianas, no ha podido ser manipulado como, desgraciadamente, lo ha sido el legado de José Antonio, personaje al que, dicho sea de paso, han desdibujado tantos y tantos sinvergüenzas y vividores, y de tal manera, que a veces se nos hace prácticamente irreconocible y, desde luego, indigesto. El grueso de beneficiarios de la dictadura franquista se emplearon a fondo en esta sucia tarea. Con Ramiro, insisto, no cabían interpretaciones líricas, de ahí el tenso silencio. El hecho de que sus Obras Completas jamás fueran publicadas durante el franquismo y ni siquiera se planteara tal posibilidad, podría servir de prueba bastante elocuente de lo que digo. He oído decir en no pocas ocasiones que Ledesma Ramos sería un “utópico” que propuso “utopías irrealizables”. ¡Así, como suena…! Bien, quien diga eso es que realmente no ha leído una sola línea de sus escritos, no sabe absolutamente nada de Ramiro Ledesma Ramos y lo que sabe carece del más mínimo fundamento. Si hay un pensador, un político, un revolucionario antiutópico ese es precisamente Ramiro Ledesma Ramos y para ello no hay mejor antídoto la lectura de sus Obras Completas, estas Obras Completas que la Fundación que lleva su nombre, la Asociación La Conquista del Estado de Sevilla, y Ediciones Nueva República han puesto al alcance de todos.
Creo que fue Federico Nietzsche quien dijo que un gran hombre es un rodeo de siglos que da la humanidad. Ramiro Ledesma Ramos fue fruto de uno de esos grandes rodeos. Un español, para mí, digno de admiración.
Gracias por escucharme.
* * *
(Texto íntegro de conferencia de Juan C. García en el Foro Altair de Valencia, el viernes 28 de enero de 2005).
Juan Montero
La verdadera Historia de los pueblos, permanece perenne en el alma de los patriotas
y no hay mentiras ni propagandas que la ahoguen,
El mantener viva la llama del Espiritu de un pueblo, es la labor intelectual de los heroes.
Mikel
Hola buenas Juan C. García, quisiera saber cómo puedo contactar contigo, pues estaba interesado en hacerme con esos volúmenes de los que hablas al principio de este texto, en concreto con La Conquista del Estado. Si lees esto y podrías ayudarme (y también si otra persona lo lee y puede ayudarme), por favor, te estaría muy agradecido. Aquí dejo mi eMail: woxter_proud@hotmail.com. Un saludo y gracias.
Jesús
No se si será un mito, pero escuché que el gran Ramiro Ledesma vendió su preciada moto para comprar la linotipia con la que se imprimieron las publicaciones de las JONS. Lo que es seguro es que la anédota encaja a la perfección con su caracter generoso. De confirmarse supondría la antítesis de lo que hoy representan los políticos. Sin duda un buen referente a la hora de diseñar un proyecto revolucionario y moderno para nuestra patria.